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EDITORIAL

¿Qué pasó en Afganistán?

Con semejantes antecedentes, el justiciero ministro tiene una dorada oportunidad de ir hasta el final en primera persona. Bastaría con ponerle sólo la mitad de diligencia y ganas que le puso a desentrañar los misterios que rodearon al accidente del Yak.

Lo peor de un Gobierno que vive al día, pegado al titular de sus medios adictos y consagrado a salir siempre sonriente en las fotos de prensa es que, de vez en cuando, las cosas se le tuercen irremediablemente, especialmente cuando no las ha dejado del todo claras y trata por todos los medios a su alcance de que se olviden. El accidente del helicóptero militar en Afganistán del pasado mes de agosto sigue coleando a pesar de que el ministro daba ya el asunto por resuelto. Hace dos noches, el padre de uno de los tripulantes del segundo helicóptero, el que volaba a la cola del siniestrado, desveló en los micrófonos de la cadena COPE que, según le había comunicado su hijo, aquella mañana no se produjo un accidente sino algo muy parecido a un ataque.
 
Tal y como ya habíamos apuntado en anteriores ocasiones, la clave del trágico suceso de Afganistán se encuentra en el segundo aparato. Los tripulantes y, muy especialmente, el piloto de la unidad ET-659, son los mejores testigos, poseen información de primera mano y son los que deberían informar de lo que pasó con sus compañeros. Y con informar no nos referimos a confiar al Gobierno una información que éste podría malversar en beneficio propio, sino en poner en conocimiento de toda la ciudadanía cuáles fueron los momentos previos al accidente. La versión ofrecida por el padre de Gregorio Peñafiel es explícita y harto coherente: "vieron a dos árabes salir corriendo y entonces es cuando uno empezó a disparar", sin embargo nadie ni desde el Gobierno ni desde el Ejército se ha aproximado siquiera a algo parecido. Lo oficial, lo que Bono hizo público hace unas semanas fue que todo se debió a un accidente y que se seguiría investigando. Ni se preocupó de buscar causas pero dio el asunto por zanjado descartando taxativamente "la hipótesis de un ataque exterior".
 
Como eso sólo se lo creía él y algún despistado que da por bueno todo lo que sale del Consejo de Ministros no ha pasado ni un mes y el caso ha vuelto a abrirse por donde más duele. Porque el testimonio de Rafael Peñafiel es tan gráfico que sorprende que nadie en la "investigación" que está llevando a cabo Defensa lo haya tenido en cuenta. No había viento y las condiciones de vuelo eran óptimas pero, inexplicablemente, el helicóptero se cayó y, acto seguido, al menos uno de los tripulantes del otro aparato vio a dos afganos salir corriendo. ¿Es esta la investigación que están realizando por encargo del ministro, o es que la tesis oficial estaba prefabricada y se ha silenciado a todo aquel que pudiese comprometerla? Según Rafael Peñafiel, en su opinión, a los mandos se les ha dado instrucciones para que permanezcan en silencio y procuren enterrar este embarazoso asunto con objeto de que pase a mejor vida lo antes posible.
 
Si esto fuese cierto, si se estuviese presionando a los militares implicados para que estén callados, José Bono tendría que presentar su dimisión de inmediato y la investigación sobre el accidente tendría que empezar desde cero. Si no es así, y esperamos que nadie en Defensa haya jugado con la memoria de las víctimas, el ministro debería dar una explicación sin más demora y reabrir la comisión que se cerró, probablemente en falso, hace casi un mes. Bono exprimió hasta la última gota la desgraciada historia del Yak-42 y se dedicó durante meses a darse golpes en el pecho asegurando que él y sólo él averiguaría la verdad sobre el accidente de Turquía. En su celo llegó incluso al extremo de acusar al anterior titular de haber sido un completo irresponsable en la gestión de la tragedia, acusaciones que desembocaron en una triste jornada parlamentaria en la que el popular Federico Trillo fue asediado por los familiares de los fallecidos en la puerta de su despacho. Con semejantes antecedentes, el justiciero ministro tiene una dorada oportunidad de ir hasta el final en primera persona. Bastaría con ponerle sólo la mitad de diligencia y ganas que le puso a desentrañar los misterios que rodearon al accidente del Yak .  

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